La mitología griega consideraba al titán Prometeo como el gran benefactor y protector de la humanidad. Creó a los hombres, moldeándolos con barro y les entregó el fuego que había robado a los dioses, enseñándoles el arte de la metalurgia. Se le olvidó dar las directrices para su uso y así andamos.
Hijo de Jápeto y Asia, Prometeo ganaba en astucia y engaños a sus hermanos Atlas, Epimeteo y Menecio. Era el prototipo de rebelde, llegando al límite pues no temía a los dioses, a los que desafió en más de una ocasión, incluido Zeus, el mismo que le condenó al castigo eterno por robar el fuego, donde un águila se comería el hígado del titán todos los días.
El triunfo de Prometeo, robarle el fuego a los dioses, originó su tragedia. Un mito con el que Kai Bird y Martin J. Sherwin se aproximaron a J. Robert Oppenheimer, bautizándolo como Prometeo americano, obra con la que ganaron el Premio Pulitzer 2006. El físico está considerado como el padre de la bomba atómica. Un tipo brillante, complejo y sagaz, cuya ambición y vanidad le condujeron a la desgracia, y con ello, a toda la humanidad.
Christopher Nolan, basándose en este trabajo, ha traído al año 2023 a esta figura controvertida, que plantea muchos dilemas y debates, como su película homónima: Oppenheimer, con Cillian Murphy como protagonista. El auge y caída de una persona que cambió el paradigma de la guerra, lenguaje habitual del ser humano. No les entregó el fuego, sino una herramienta para disuadir de más guerras. Sin embargo se convirtió en el destructor de mundos, el explosivo más potente jamás utilizado, que mató de primeras a 250.000 personas y generó, además, unas consecuencias que siguen siendo hoy día una incógnita.
A ese punto de no retorno va conduciendo una película de corte clásico. Su formato, rodada en 70 mm, o ese reparto coral propio de otro tiempo, amén de las tres horas de duración como aquellas grandes superproducción al estilo Patton, Vencedores o vencidos o Lawrence de Arabia, donde se mezclan el género biográfico, con hechos reales, tribunales y el drama que representa la posibilidad del fin del mundo, hablan de un cine no acorde con estos tiempos. Además de una música que se funde con el fotograma, como esos significativos silencios, que impulsan la trama o los juegos de luces entre pasado y presente.
Una cinta que inunda la pantalla de reflexión y tensión, pero que en ocasiones se pierde por intentar abarcar de más, en confusos saltos espacio temporales. Como esos corten y a positivar, que no dejan a algunas escenas fluir hasta el clímax. Su afán por el control, como el protagonista, le hizo descontrolar y de ahí a la hecatombe.
No obstante, no tengo duda que Christopher Nolan es un artesano de nuestro tiempo, siempre más allá de convencionalismos. En Oppenheimer moldea acertadamente el apartado científico con el barro de los hombres. Su disquisición sobre el átomo, las discusiones entre físicos y su particular guerra con los ingenieros se mezclan bastante bien con la disyuntiva ética y moral que plantea la creación de la bomba atómica, amén de las singularidades del elenco, cada uno con su propia energía y singularidad.
Como una analogía del Proyecto Manhattan y la humanidad, de forma paralela se fragua la tragedia de su director, Robert J. Oppenheimer. Orgullos mal entendidos, arrogancia y egos, con la flor y nata de la clase política, el físico camina hacia el ostracismo. Y ahí se siguen abriendo puertas a multitud de posibilidades sobre la historia reciente estadounidense y a la vez mundial. ¿Estaría detrás del asesinato de Kennedy el rencor por una humillación pública? Hasta ese nivel de consideración llegan las tres horas de esta notable película sobre uno de los personajes más relevantes del siglo XX.
Y eso no sería posible sin su director. Pero también gracias a un reparto descomunal que, ya digo, recuerdan a otros tiempos del cine de siempre. Cuántos ganadores del Oscar por metro cuadrado, cuánto mano a mano frente a la cámara, en una especie de duelo al sol de talentos cinematográficos. Desde el propio Murphy, a colosos como Gary Oldman, Matt Damon o un Robert Downey Jr. de diez, sin dejar de lado los grandiosos minutos de Emily Blunt, Josh Hartnett, Jason Clarke o David Krumholtz. Desde La Delgada Línea Roja no recordaba algo similar.
Salas y plataformas, la otra bomba atómica
Más allá del mito de Prometeo y el afán del ser humano por su autodestrucción, Oppenheimer sirve también para abrir el melón de las salas y plataformas, teniendo en cuenta el posicionamiento del propio director. La película ha respondido bien en cines, dada la época del año en que se ha estrenado y la situación convulsa del séptimo arte, rodeado por bombas atómicas como el streaming y la inteligencia artificial, que amenaza con acabar con la figura del actor, la actriz, el director y el guionista tal y como la conocíamos. Hacia allí vamos, como corderos al matadero. Porque dueños de nuestro destino elegimos desaparecer.
Robert J. Oppenheimer creía que su artefacto disuadiría a la humanidad de emprender nuevas guerras. Nada más lejos de la realidad, pues el Proyecto Manhattan fue el punto de partida de una carrera amenazante e imparable hacia la destrucción. Algo parecido a las plataformas de consumo rápido y la IA con las artes. Los Tiempos Modernos de los que hablaba Charles Chaplin y cuyo testigo recoge un Christopher Nolan hoy más necesario que nunca, frente a los cantos de sirenas y barbies.
Ficha Técnica
Título original: Oppenheimer
Año: 2023
Duración 180 min.
Género: Drama / Biográfico / Thriller / Hechos Reales / Segunda Guerra Mundial
País: Estados Unidos
Dirección: Christopher Nolan
Guion: Christopher Nolan. Libro: Kai Bird, Martin J. Sherwin. Biografía sobre: J. Robert Oppenheimer
Reparto: Cillian Murphy, Robert Downey Jr. Matt Damon, Emily Blunt, Josh Hartnett, Florence Pugh, Gary Oldman, Alden Ehrenreich, Jason Clarke, David Krumholtz, Kenneth Branagh, Tom Conti, Rami Malek, Casey Affleck, Ben Safdie, Tony Goldwin, Jack Quaid, Matthew Modine, Dane DeHaan, David Dastmalchian, Scott Grames, Olivia Thirlby, James D'Arcy, James Remar, Steve Coulter, Josh Peck
Música: Ludwig Göransson
Fotografía: Hoyte van Hoytema
Puntuación: 8/10
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