La soberbia, la avaricia, la lujuria, la ira, la gula, la envidia y la pereza. O lo que es lo mismo: los siete pecados capitales, que independientemente de las creencias religiosas de cada uno, están intrínsecamente enraizadas en la psique humana. Un arraigo que se extiende a todo lo demás, como por ejemplo, el arte.
En mi caso, si de pintura hablara, inmediatamente me viene a la mente La mesa de los pecados capitales, de El Bosco; y si hablamos de cine, por supuesto, Seven. Ni que decir tiene que son muchas más obras en ambas disciplinas las que se han aproximado a los pecados capitales del ser humano. Y el último ejemplo cinematográfico lo encontramos en El menú, una carta donde, quien más quien menos, representa cada uno de ellos. Algunos hasta repiten, pues a veces es tan delicioso pecar.
Entre los comensales, una pareja (Anya Taylor-Joy, Nicholas Hoult) o una vieja gloria de la interpretación que conoció días mejores (John Leguizamo), amén de un matrimonio, dos críticos gastronómicos y tres tiburones de las finanzas. El chef les tiene preparada una sorpresa en el menú, entre la acidez, el picante y la amargura. Platos que van más allá de los sentidos, de lo tangible. En definitiva, una comida que hace aflorar los peores instintos, las miserias, de unos personajes que creían tenerlas bien escondidas.
Lo que parecía una comida en un sitio de lujo, se convierte en un ejercicio de expiación de los pecados, de exorcizar a la sociedad de la impostura, la pedantería y la apariencia, que llega a poner hasta en riesgo la propia vida de los personas. Y así, uno de los cocineros más 'cojonudos' del momento, se convierte en una especie de Malvado Zaroff, dispuesto a condenar a los pecadores en sus fogones. Todos tienen algo que ocultar... Incluso el maestro de ceremonias.
Perturbadora y entretenida, a veces divertida, y en todo momento sombría e inquietante. Por momentos teatral, gracias a la cocina y los fogones que no se separan del salón. Una puesta en escena que cumple con el entretenimiento y llega a ofrecer algo más todavía. Sin embargo, no sé aún qué es. No logró descifrar el ingrediente secreto de la película de Mylod. No obstante, reconozco y me rindo ante la evidencia de que es un buen plato cinematográfico. No diré que un manjar, pero sí es sabrosa y tiene el jugo suficiente como para disfrutarla.Claro que viene maridada con un reparto donde Ralph Fiennes brilla. Y es que si hay alguien que puede aglutinar todos los adjetivos anteriores, con un toque de histrionismo, ese es el británico. Un provocador. Puede ser el tipo más cruel de la historia del cine (La lista de Schindler) o un héroe del efecto 2000 (Días extraños) al borde de explotar. Y si quieres, el más sensible y hasta romántico que te puedas encontrar (El jardinero fiel, El lector o El paciente inglés). En fin, un actor sobresaliente, de esos que levanta una película de la nada, de los que bien valen una entrada de cine.
En El menú tiene como ayudante de cocina a otra actriz soberbia: Anya Taylor-Joy. ¿Esta mujer convierte en oro todo lo que toca, o solo me lo parece a mi? Los dos saben cuando actuar a fuego lento o poner toda la carne en el asador, dependiendo de la escena. Para eso hay un guion original, que rompe con los estereotipos de una cartelera entre avatares y superhéroes, que se ha olvidado que las mejores historias están en la imaginación humana; también en la pecadora.
Aunque vuelvo a insistir en que hay algún momento que desconecto del sabor, no sé por qué me pasa, creo que una propuesta tan arriesgada como El menú se merece una oportunidad en todo el calendario de premios que se avecina. Y, por supuesto, degustarla en una sala de cine.
Tengo que verla, me gusta peliculas de ese tipo, gracias.
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