Normalmente, para considerar a una película como un clásico o denominarla como obra maestra, tienen que transcurrir un par de décadas al menos. La perspectiva del tiempo es necesaria para este menester, absolutamente innecesario, por otra parte, ya que la denominación de obra maestra o clásico no tiene por qué hacer que la obra guste más o sea mejor considerada. Pero así somos, siempre calificando o con la necesidad de hacerlo.
No obstante, hay películas que son clásicos instantáneos. Y hay directores que son expertos en ello. Ethan y Joel Coen, por ejemplo, unos tipos que destilan clasicismo, a pesar de tener una particular visión del cine que se extrapola en todos sus trabajos. Desde sus primeros films, se puede observar que la manera de hacer cine que tienen estos dos hermanos es diferente a lo que hayamos visto anteriormente y, sin embargo, muchas de sus películas nos resuenan al Hollywood clásico.
Si en su debut -Sangre fácil- sorprendieron a todo el mundo, en su tercer trabajo se ganaron la admiración -la atención ya la tenían- de todo el universo cinematográfico. Porque Muerte entre las flores es una obra maestra absoluta. Una historia de gánster contada a la antigua usanza con el sello de los Coen.
Nos encontramos en 1929, en plena ley seca. El nombre de la ciudad no se especifica, ni falta que hace, ya que podría ser cualquiera a lo largo de EEUU. La prohibición del alcohol, el disfrute del mismo de forma furtiva y la coexistencia de dos tipos de leyes y gobernantes: la oficial y los políticos electos con la real, la de los mafiosos, eran aspectos habituales a lo largo y ancho del país.
El honor y la ambición, rasgos que hemos visto en multitud de películas que se adentraban en el mundo de la Mafia aparecen reflejados a la perfección. Y ambos atributos se nos muestran en los dos jefes mafiosos, Leo -Albert Finney- el que domina la ciudad y Johnny Caspar -Jon Polito- el que aspira a conseguir el trono y por ende, a manejar todos los negocios a su antojo. Y entre ambos capos, Tom Reagan -Gabriel Byrne- lugarteniente de Leo, enamorado de la novia de Leo, que se debate entre el honor y la traición, que probablemente sea el más inteligente de toda la obra y, sin embargo y debido a su lealtad y honor, el que menos tenga que ganar.
Aquí hay que detenerse, hacer una parada obligatoria. Es posible que el personaje escrito por los Coen, e interpretado brillantemente por Gabriel Byrne, sea de los mejores que he visto en el cine. Un antihéroe de manual, un arquetipo del cine negro, golpeado por todo el mundo, ganándose la confianza de todos los que están alrededor suyo, anticipándose a cualquier situación y saliendo airoso de cualquier contingencia excepto de aquellas que dejan cicatriz, las que afectan al corazón. Probablemente sea uno de los mejores papeles escrito por los hermanos Coen en su extensa carrera, lo cual es mucho decir.
Desmitificando el mundo del hampa
Otro ejemplo es el personaje de Tom, recorriendo el mismo bosque y sabiendo que está en peligro, que su final esta cerca, se derrumba y vomita. Sin el glamour de otras obras, todo muy visceral y a la vez real. Una desmitificación que quizá a muchos chirríe, pero que confiere al filme un cariz muy humano.
Trasfondo cómico
Hay parte de Sam Raimi en el filme. El director de Terroríficamente muertos, reconocido por sus giros de cámara y primeros planos, fue compañero en la juventud de Ethan Coen. Es más, este fue ayudante de Raimi en sus primeros filmes y el propio Raimi hace un cameo en Muerte entre las flores.
Y esos giros de cámara marca de la casa aparecen en la película, por ejemplo cuando Leo le da una paliza a Tom después de saber que se acostaba con su novia, Verna -Marcia Gay Harden. Un papel, el de Verna, que es el ejemplo perfecto de femme fatale. O minutos antes, cuando Tom aparece en el bar y tiene una de los mejores diálogos del filme -que termina con un revelador, admiro a los hombres con principios- con un personaje muy secundario pero muy reivindicable, el del barman Tad -Olek Krupa- una especie de voz de la conciencia del protagonista.
También hay que destacar el papel que juega la banda sonora, a cargo de un habitual en el cine de los Coen, Carter Burwell. Esa música irlandesa, que aporta tensión en ciertos momentos y sosiego justo cuando parece que todo va a desbordarse.
Y el final de la película, cuando uno ya ha quedado atrapado por el papel del protagonista y sabe su motivación, sabe que no actúa en beneficio propio. Que entre tanta codicia y ambición, hay lugar para el honor, la lealtad y, vomitonas a parte, el valor.
La suerte de no haber visto una película en su estreno, o de no seguir la carrera de un director desde el inicio, es que no tienes que esperar necesariamente a su próximo trabajo. Ves una de sus películas, por ejemplo Fargo o El Gran Lebowski y quieres más, porque sabes que tocan la tecla que a ti te gusta en la gran pantalla. Porque sus personajes, su forma de narrar, te llega, sin más.
Y de repente, esto me sucedió hace muchos años, descubres que en sus inicios tenían una obra maestra que no te cansas de ver. Y esa es Muerte entre las flores. Y tras muchos intentos, no sé que narices significa el sombrero ni la atracción o necesidad que tiene el protagonista de protegerlo, de mantenerlo consigo. Pero seguiré viendo esta maravilla, no con el objetivo de sacar simbolismo a alguno de sus aspectos -el sombrero, por ejemplo-, sino por el mero hecho de disfrutar del cine. Porque Muerte entre las flores es eso, CINE en mayúsculas.
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