Antes del 15 de marzo de 1972, la Paramount estaba en la miseria. Dos años antes había levantado cabeza con Love Story, pero desde entonces, solo cosechaba fracaso tras fracaso. Ese día, sin embargo, lo cambió todo. Vio la luz El padrino y elevó a la Paramount a los altares. Cincuenta años después, su oferta sigue siendo irrechazable.
El padrino trasciende al cine. No solo por sus múltiples curiosidades, como por ejemplo, que sea la obra cumbre del cine sobre la mafia, la Cosa Nostra, y que ambos términos no aparezcan en ningún renglón del guion que coescribieron Francis Ford Coppola y Mario Puzo, siguiendo la base de la novela homónima de este último.
La Liga Italo-Americana de Derechos Civiles presionó de lo lindo para que fuera así, y acabó ganando, lógicamente. Incluso muchos de sus miembros hicieron cameos en esta obra cumbre del cine. Como dice uno de los capos en la reunión donde Vito y Tattaglia firman la paz: "después de todo, no somos animales".
Y es que sus frases también han pasado a la historia cultural y social de Hollywood, y por ende, del séptimo arte. Por no hablar de la música de Nino Rota. Pocas veces imagen y sonido se funden de esta manera. Valores como la familia, la amistad, la lealtad o el respeto fueron encumbrados a cotas desconocidas. Sí, es violenta, obviamente. Pero no es personal, solo negocios. Por eso la adaptación fue cien por cien fiel al libro, salvo en los saltos espacio-tiempo.
De Sicilia a la tierra prometida
Otra vez desde Sicilia a Nueva York, Coppola supo captar la esencia de un mundo hasta entonces tratado superficialmente. La fotografía de Gordon Willis hizo el resto, para poner en escena a una generación de actores irrepetibles. No es de extrañar que Woody Allen recurriera a Willis para gran parte de su filmografía (Manhattan, Interiores, Annie Hall, Zelig, Broadway Danny Rose).
La película de una generación de actores
Su elección pendió de un hilo y sonaron nombres de otros eternos como George C. Scott, Anthony Quinn, Ernest Borgnine o Lawrence Olivier, incluso Orson Welles. También Richard Conte, que a la postre dio luz a Barzini. Afortunadamente, en esta línea temporal, también acabó ganando el criterio de Coppola.
Y como en la familia Corleone, el trabajo de Brando fue una especie de cesión del testigo para esa horneada de intérpretes que se venía cocinando, como Al Pacino o Robert Duvall, además de consagrar a James Caan y por supuesto, el enigmático y eterno John Cazale.
Una conjunción del ayer y el hoy, donde también contribuyeron Richard Conte o Sterling Hayden, que venían de ser grandes estrellas del celuloide. Amén de un apartado femenino inmenso, con Talia Shire y Diane Keaton, como maestras de ceremonias.
La guerra de las galaxias
Afortunadamente éste no fue el final. Hubo una segunda entrega, tanto o más maravillosa que la primigenia, y un cierre de trilogía brillante, si bien un escalón por debajo de sus predecesoras. Da igual. El 15 de marzo de 1972 siempre permanecerá en la memoria de quien se diga apreciar esto del cine. Ese día, el séptimo arte hizo honor a su nombre. Por otros cincuenta años más.
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