Gary Valantine -Cooper Hoffman- ve a Alana Kane -Alana Haim- y se enamora de ella. Un flechazo en toda regla, que constituye el argumento de la nueva película de Paul Thomas Anderson: Licorice Pizza. Una idea principal que encierra no solo una gran historia de amor entre un chico y una chica, sino una carta de amor a una ciudad, el Valle de San Fernando, y a una época, los años 70. Y eso, en manos de un director como PTA es una auténtica delicatessen.
Desde el primer fotograma te das cuenta que vas a asistir a algo especial. La historia entre un atrevido chaval de 15 años, que invita a cenar a una chica 10 años mayor que él. Ese optimismo que presenta el bueno de Gary Valantine ante las barreras y el carácter arisco al principio de Alana, te recuerdan a algunos momentos de tu adolescencia, en la que no había ni temor ni complejos, en los que el atrevimiento propio de la edad te gobernaba y como decían Marvin Gaye y Tammi Terrell: No hay montaña alta, no hay valle bajo, no hay río lo suficientemente ancho, nena -Ain't no mountain high enough, ain't no valley low, ain't no river wide enough, baby- cuando el amor llama a tu corazón. Especialmente el primer amor.
Alrededor de esta encantadora relación, Paul Thomas Anderson rinde homenaje a una época y a una ciudad, como ya lo hizo Quentin Tarantino en Érase una vez en Hollywood. El cine, la música -estupenda banda sonora-, los restaurantes... En definitiva, la vitalidad de la baja California en la década de los 70 aparecen reflejados a la perfección. Lo cotidiano, a través de la cámara de este director, adquiere el carácter de extraordinario. En un filme tan movido y dinámico como el que nos ocupa, los travelling, marca de la casa, acompañan las carreras no solo de los dos protagonistas, sino de otros secundarios -la escena nocturna envuelta en humo de Sean Penn con la moto es una maravilla-.
Porque, como no podía ser de otra forma, atendiendo al resto de su filmografía, el nuevo trabajo de PTA es un desfile de personajes. Apariciones breves, pero muy jugosas: como la de Tom Waits, como reputado director de cine; Sean Penn interpretando a un actor en un papel que rinde tributo a William Holden; Bradley Cooper, como Jon Peters, productor de cine y novio de Barbra Streisand, que en la película nos es presentado como un auténtico zoquete; o el, quizá más divertido de todo el filme, John Michael Higgins, cuyos intentos de traducción al japonés provocan las carcajadas. Una nutrida galería de secundarios que acompañan a dos sorprendentes debutantes, Alana Haim y Cooper Hoffman.
Maravillosa pareja protagonista
Qué decir de Cooper Hoffman. Hijo del añorado y eterno Philip Seymour Hoffman, con el que Anderson rodó cinco películas, perdió a su padre a la temprana edad de 10 años. Ocho años después, llena la pantalla en el papel de un precoz buscavidas, casi en la misma medida a como lo hacía su progenitor.
En algunos momentos parece que estás viendo a un joven Philip, aquel que ya apuntaba maneras en Ni un pelo de tonto o Esencia de mujer. Las comparaciones son odiosas y en muchos casos inevitables, pero en este que nos ocupa, el bueno de Cooper saca matrícula en su primer examen. Su padre estará orgulloso, allá donde se encuentre. Nosotros, que aún maldecimos aquel 2 de febrero del 2014, celebramos ahora que el talento, al menos en este caso, se herede.
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