La revista Scientific American publicó por primera vez a finales de los años cincuenta, que podían encontrarse restos de nicotina en las plantas del tomate, lo que bautizó como: Tomacco. Los Simpson, décadas más tarde, hicieron el resto para que éste híbrido calara en el imaginario colectivo, como un vegetal un tanto desagradable, pero adictivo.
Quién no recuerda a Bart devorarlo, ante la incredulidad de Lisa, mientras Homer espera la llamada de Mindy (a poder ser el lunes) para hacerse millonario con su experimento, bañado además en rico uranio.
En fin, yo no he comido Tomacco. Ni sé si quiere si existe. Pero ateniéndome a lo anterior, sí que he experimentado en cine recientemente, esa sensación de ver en la pantalla algo desagradable, idiota en ocasiones y hasta paupérrimo, pero a la vez sorprendentemente adictivo. Es el caso de Prisioneros de Ghostland, donde Sion Sono dirige a Nicolas Cage, Sofia Boutella, Ed Skrein, Blly Mosseley y Nick Cassavetes, entre otros, en una suerte de western oriental distópico.