En 1995, Pixar presentaba sus credenciales con el estreno de su primer largometraje -Toy Story-. Cine de animación de calidad, destinado para el disfrute del público de cualquier edad, en el que la diversión y el mensaje, en algunos casos con mayor calado, han sido los dos ingredientes principales de gran parte de las obras que la famosa empresa de animación ha producido.
Sin embargo, no fue el primer estudio que realizó películas de animación que podían ser disfrutables a partes iguales tanto por niños como por adultos. John Lasseter, uno de los fundadores de Pixar, es un profundo admirador de Hayao Miyazaki, notable cineasta y fundador del prestigioso Studio Ghibli, responsable de títulos como La tumba de las luciérnagas, Porco Rosso o El Castillo ambulante entre otros.
De esta forma, Lasseter tuvo bien claro desde el inicio que su objetivo iba a ser que los más jóvenes de la casa accediesen a temas serios a través de la animación y los más mayores volviesen a disfrutar como niños de unos dibujos animados, que les iban a tocar bien dentro, que les iban a hacer reflexionar.
Inside Out, Up, Wall●E, son claros ejemplos de ello, pero en mi caso me voy a quedar con Soul. ¿Por qué? Porque tiene un planteamiento muy sencillo: la historia de Joe, un profesor de música interino en un instituto de Nueva York que, tras conseguir la oportunidad de su vida -participar en un concierto en el mejor club de Jazz de la ciudad-, tiene un accidente que le catapulta al Más Allá.