Baltimore, Navidades de 1959. Seis amigos pasan las horas en el Diner, su bar favorito, al tiempo que reflexionan sobre su pasado, las aventuras que tuvieron en su niñez y afrontan el futuro -matrimonios, estudios, trabajos, en definitiva, obligaciones- sin descuidar un presente, al que aún se aferran como si fueran adolescentes.
Diner -1982- es la ópera prima de Barry Levinson. Prestigioso guionista en la década de los 70, Levinson se lanzó a la aventura detrás de las cámaras dirigiendo uno de sus propios libretos. Cuando un autor da ese paso, no siempre obtiene los resultados deseados. Muchas veces, el cariño ante su propia obra le hace caer en la autocomplacencia y el resultado final de la obra queda mermado. Un ejemplo de ello es Aaron Sorkin.
Pero volviendo al bueno de Levinson, con su debut demostró poder plasmar sus emociones en la gran pantalla. Para ello se rodeó de un grupo de jóvenes actores -la mayoría dando sus primeros pasos en esto del cine- y juntos, director e intérpretes, realizaron un notable trabajo. Apoyándose, eso si, en un notable guión que consiguió una nominación al Oscar.
En Diner hay mucha nostalgia. De un tiempo pasado en el que las cosas, no siendo fáciles, si eran más sencillas. Esa añoranza del pasado se percibe en el tono general pero también en el particular, en el de los personajes principales. El personaje que interpreta Steve Guttenberg -Eddie- a punto de casarse, con miedo ante la nueva etapa que debe afrontar y recordando e intentando revivir las aventuras pasadas con alguno de sus compañeros de juergas.
O en el comportamiento de Boggie -Mickey Rourke- y Shrevie -Daniel Stern. El primero, asistiendo a la universidad únicamente para ligar con chicas y debiendo dinero a tipos peligrosos a causa del juego; mientras que el segundo, casado con su novia del instituto -Ellen Barkin-, pero anhelando las aventuras y confidencias con sus amigos.
Frente a ellos, el personaje de Billy -Tim Daly-, el único que ha salido de Baltimore y que regresa para asistir a la boda de su amigo Eddie. Un tipo más responsable, asentado y dispuesto a afrontar la obligaciones que puedan aparecer. En ese sentido, se nos muestra el hecho de haber salido de la ciudad que les vio crecer como grupo, como un efecto diferenciador frente a sus amigos.
Y de eso trata la película. De la transición a la vida adulta, de asimilar el cambio y afrontarlo, y no por ello, dejar de disfrutar. No por casarte, tener hijos o echar muchas horas en el trabajo, hay que dejar de tener contacto con tus amigos. Porque con ellos es con quien compartes algunos de los mejores momentos de tu vida.
Diner es un bonito y sincero canto a la amistad, en donde caben momentos cómicos -discusiones sin sentido y sin fin; el momento del cine; en el local de striptease-, y dramáticos. Que esté basada en episodios autobiográficos de su director, hace que sea percibida con mayor veracidad.
La estética de finales de los 50 y la banda sonora con auténticos éxitos de esa época, junto con unos actores que, a pesar de su falta de experiencia están sobresalientes, hacen que este sea un filme para volver a ver con el tiempo. Podría decirse que coge el testigo de American Graffiti y se sitúa como hermana mayor de Beautiful Girls. Estos tres títulos son, en mi opinión, los mejores retratos sobre la amistad grupal que ha hecho la industria de Hollywood.
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