lunes, 31 de agosto de 2020

'Los jueces de la noche': No era la juerga que habían planificado... Pero sí una película terriblemente entretenida

Frank (Emilio Estévez), Ray (Jeremy Piven) y Mike (Cuba Gooding Jr.) tienen la noche para ellos. Se van de juerga, como hacía mucho tiempo, a ver un combate de boxeo. Las cosas ya no son como antes, pues Frank se ha casado y los años y las responsabilidades no perdonan. Listos para la fiesta, se suma en el último momento el hermano pequeño de Frank, John (Stephen Dorff), quien ostenta aún esa pizca de locura propia de la juventud.


El grupo de amigos se pone en marcha en la lujosa caravana de Ray, donde no faltan todos los avances tecnológicos de principios de los noventa. Y por supuesto, el alcohol. Pero la cosa empieza a torcerse de camino al combate, donde una larga fila de coches colapsa la carretera de acceso, con un conato de pelea porque no pueden adelantar.

Da igual, la noche es suya y nada lo va a estropear. Ray toma un atajo entre los vítores de sus colegas y se adentra en los bajos fondos de Chicago, un ecosistema al que no están acostumbrados. Craso error, pues esa decisión se antoja como la peor de sus vidas, en el momento en el que presencian un asesinato a manos de Fallon (Denis Leary), un auténtico psicópata que no está dispuesto a dejar testigos.

Así lo que empezó como una juerga bien planificada se convierte en una verdadera pesadilla para Frank, Ray, Mike y John, que huyen de Fallon y su banda por la zona más sucia, lúgubre y oscura de Chicago, donde la palabra no tiene ningún valor e impera la ley de las pistolas y el dinero manchado de sangre.

Una pléyade de caras conocidas

Hasta aquí la introducción de Los jueces de la noche, dirigida en 1993 por Stephen Hopkins. que venía de hacer Depredador 2 (1990) y posteriormente filmaría Los demonios de la noche (1996), Perdidos en el espacio (1998) y, más recientemente,  varios capítulos de Californication (2007) o El héroe de Berlín (2016).

Pero hoy nos centramos en Los jueces de la noche, una mezcla de acción, thriller e incluso terror, con ese toque particular noventero, en el que más adelante nos detendremos. Una película con un ritmo trepidante y una pléyade de rostros conocidos de la década, empezado por su protagonista: Emilio Estévez.

Estévez venía con la vitola de "héroe" adolescente en Rebeldes (1983) y El club de los cinco (1985), películas de culto, y con razón. Alcanzaba su madurez interpretativa en Arma Joven (1988) e Intrépidos Forajidos (1990), para mi dos westerns cojonudos, a pesar de sus limitaciones. Y en esta ocasión, paradójicamente, es el más flojito de los cuatro amigos, ya que es un papel, el de líder, que no le pega en absoluto, teniendo en cuenta las capacidades de su rival en pantalla: Denis Leary

Éste en cambio, que ese mismo año estrenaba The Sandlot, está perfecto como psicópata; un cabrón sin escrúpulos. Lo que viene siendo el puto amo del barrio, al que nadie le tose. Y mucho menos un puñado de cretinos pijos personificados en Jeremy Piven, capaz de sacarte de quicio en cada una de sus secuencias. 

En la línea de Leary está Cuba Gooding Jr, otro chico del barrio (en 1991 lo dejaba claro). Y un jovencísimo Stephen Dorff, que no desentona. Como el malote de serie B, Peter Green, lugarteniente de Fallon y al que un año después, en 1994, Tarantino le iba a dar la oportunidad de la fama en Pulp Fiction (La Máscara, mediante).

¡Jo, que noche!

Ellos son las caras, ya digo, de una película que, salvo sus quince primeros minutos algo titubeantes, es vertiginosamente entretenida. Es en el ritmo de la trama donde basa gran parte de su fuerza. Una suerte de caza en mitad de la noche, donde el rey de la selva (Denis Leary) no está dispuesto a dejar escapar a sus presas. Persecución interminable, donde los protagonistas llegan al límite por culpa de un puñado de malas decisiones, con momentos que rozan el terror y que podría firmar el mismísimo John Carpenter.

Quitando el componente cómico de ¡Jo, que noche! (1985), los protagonistas de Los jueces de la noche recuerdan mucho a ese pobre Griffin Dune, al que todo le salía mal, llegando a enfrentarse a situaciones inverosímiles y peligrosas. Escenas de pesadilla que uno nunca imagina que le pueden pasar.

En la cinta de Hopkins, desposeída ya digo de esa comicidad, el instinto de supervivencia es lo que manda, al estilo The Warriors. Como una especie de videojuego, de mal en peor, los personajes van escalando niveles donde sus capacidades se ven retadas al máximo. Y es verdad que por momentos parecen imbéciles, por la decisiones que toman. Pero todo está al servicio del espectáculo.

El juego de luces, donde la oscuridad se convierte en otra protagonista más, es otro de los valores añadidos de esta película, que pasó sin pena ni gloria en su estreno pero que, gracias a la magia de los videoclubs, acabó convirtiéndose en un producto de culto. Y con música de Alan Silvestri, responsable de la BSO de Forrest Gump. Qué más se puede pedir.

Lewis Colick, guionista de otros trabajazos como Cielo de octubre, acierta en poner a cuatro tipos normales y corrientes, de clase media-alta, al borde de la miseria, la corrupción y la inmoralidad sobre la que se asienta una gran ciudad. En este caso, Chicago. Emilio Estévez y compañía se ven metidos, literalmente, en la mierda para conservar sus vidas y escapar de un infierno, cuyo Satanás es Leary y Green, su Cancerbero.

Los noventa, la última frontera de la libertad

Así que con esa única meta de hacer sudar al público a la vez que lo entretiene, me lleva una vez más a reivindicar ese cine de los noventa que, viendo la evolución posterior de este arte, fue la última frontera de la libertad.

Y es que en esta década, mirando ahora por el retrovisor, parece que todo y todos éramos más libres. No había ofensas en las creaciones, o al menos nadie se sentía ofendido por un mal chiste o comentario. Ni esas malditas cuotas y calzadores que ahora convierten una buena historia, en un patético panfleto. Todo mirado con lupa, no vaya a cabrear a éste u otro sector de la sociedad.

Entonces, el que era un cabrón, un negado o un estúpido lo era sin más, por méritos propios. Daba igual si era hombre, mujer, blanco o negro. Los guionistas estaban más preocupados por entretener al público de la forma que fuera, que por el qué dirán. Visto con retrospectiva, que no significa revisionismo, te percatas de ello por situaciones demenciales, absurdas y del todo kafkianas, como es pensar en unas entradas para el baloncesto cuando te han perseguido hasta la muerte. O protagonizar una pelea, como colofón, verdaderamente ridícula.

Aquella etapa se acabó, soy consciente. Con la eclosión de más tecnología y una moderna Inquisición de lo políticamente correcto, este cine se fue al garete. Estoy convencido de que una película así hoy sería impensable. Y no por sus numerosos fallos, que también os invito a descubrir, si no porque alguien diría que es machista, porque un grupo de tíos se va de fiesta y la mujer (celosa encima) se queda con el niño. O porque da mala imagen de los barrios, o por lo que fuera...En fin, una bazofia. 

Y aunque los videoclubs que la catapultaron al éxito, ahora son también una reliquia del pasado, todavía queda espacio para reivindicar un trabajo como Los jueces de la noche. Aquí la encontramos en DVD. Todo es buscar, disfrutar y reencontrarse con otra forma de hacer cine. 


Ficha Técnica

Título original: Judgment Night

Año: 1993

Duración: 109 min.

Género: Acción / Thriller

País: Estados Unidos 

Dirección: Stephen Hopkins

Guion: Lewis Colick (Historia: Lewis Colick, Jere Cunningham)

Música: Alan Silvestri

Fotografía: Peter Levy

Reparto: Emilio Estévez, Cuba Gooding Jr., Denis Leary, Stephen Dorff, Jeremy Piven, Peter Greene, Michael DeLorenzo, Michael Wiseman

Puntuación: 7/10

2 comentarios:

  1. SI ESTOY DE ACUERDO, HOY VIVIMOS EN UNA SOCIEDAD ABSURDA , QUE SE OFENDE POR TODO, INCLUSIVE SI ESCRIBO CON MAYÚSCULAS A MUCHOS LES OFENDE, SI DIJE GAY, LESBIANA, NEGROS A UNA PERSONA, AHORA ESO ES OFENSIVO O ESTA INCORRECTO, DIOS QUE MUNDO EL QUE VIVIMOS, EXTRAÑO LOS 90, ERAN TIEMPOS MEJORES .

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