Ametrallador: "¡Tendríais que escribir algo sobre mi un día de estos!"
Bufón: "¿Y por qué tendría que escribir sobre ti?"
Ametrallador: "¡Porque soy cojonudo y no es ningún farol! Yo tengo 157 caras amarillas cargados, y 50 búfalos también. Todos con certificado".
Bufón: "¿También mujeres? ¿Y niños?"
Ametrallador: "¡Algunos!"
Bufón: "¿Y cómo has podido matar a mujeres y niños?"
Ametrallador: "¡Fácil! Solo hay que apuntarles un poco mejor (ríe). !Qué puta es la guerra, eh! (ríe)".
Qué puta es la guerra. Vaya que sí lo es. Y siempre empieza igual. Un puñado de privilegiados, gobernantes, del color que sea, se miden para ver quién la tiene más larga. Le meten cierta ideología que envenena las mentes de sus respectivos países. Con el caldo de cultivo ya creado y al no estar conformes sobre la longitud de su ego, lanzan a su población al campo de batalla. Y finalmente, éstos son los que se matan sin cuartel, en medio de una población civil que vive la escasez, el hambre y la destrucción, mientras los gerifaltes, políticos e ideólogos beben, fuman y follan a placer, de espaldas a la soldadesca.
Que puta es la guerra. Ya lo fue la de Vietnam, retratada por Kubrick en 1987, y varias décadas antes, la Segunda Guerra Mundial. La guerra no tiene nada heroico. Es el acto más miserable del ser humano. Y como digo, la padece la gran mayoría para disfrute y beneficio de una corrupta minoría. Póngale a éstos la etiqueta que quiera, al final son lo mismo.
Y eso ocurrió en la Italia de los años cuarenta. Concretamente en 1943. Los italianos comenzaron la Segunda Guerra Mundial en el Eje, y el 8 de septiembre de ese año firmaron el armisticio con unos Aliados que empujaban desde el sur, al corazón de Europa. ¡La guerra ha acabado! ¡Se acabó la guerra! ¡Todos a casa! Parte del ejército italiano, ante el desconcierto de sus mandos y creyendo el armisticio, inició la vuelta al hogar. Otra parte, los más ligados al Fascismo por creencia y no obligación, siguió bajo el paraguas de los nazis. Y el periplo de regreso para los primeros, no fue todo lo alegre que se esperaba.
Porque esos fascistas eran muy cabrones. Los de verdad, los convencidos del movimiento, que te sacaban de casa sin rechistar. No esa mierda inventada por el pijerío progre de ahora, para catalogar a quien no piensa como ellos o no les sigue su vaina. Cretinos que no han visto un fascista en su vida, pues si lo vieran, se cagarían en los pantalones.
Bajo esa premisa, en 1960, Luigi Comencini firmaba una auténtica obra maestra (para mi) como Todos a casa, con el gran Alberto Sordi como protagonista, secundado por Serge Reggiani, Martin Balsam o Carla Gravina, entre otros. Una suerte de tragicomedia sobre esta 'impasse' que vivió Italia en 1943, con momentos terriblemente divertidos y otros, que te encogen el corazón.
Alberto Sordi y Martin Balsam en la trinchera, ante el desconcierto del armisticio. (Foto: IMDB) |
Sí: en la guerra, también hay comedia
Porque aunque resulte paradójico, de la guerra es posible extraer la comedia. Todos a casa es un ejemplo de esto. Y aquí en España, si tuviera que compararla, lo haría con La Vaquilla, de Berlanga.
En la película de Comencini, Alberto Sordi da vida al subteniente de complemente, Alberto Innocenzi, un oficial escrupuloso en el cumplimiento de las órdenes, que ante el caos del armisticio, trata de mantener la disciplina en su batallón. Y no será fácil, de ahí que, bien agrupados, inicien la búsqueda de un mando batallón al que presentarse y recibir nuevas instrucciones.
Sin embargo, por el camino, son muchos los soldados que aprovechan cualquier recodo para desertar e irse a casa. La legión es cada vez más famélica, hasta que el pobre Innocenzi se queda solo acompañado de un pequeño grupo, donde están el sargento Fornaciari (Martin Balsam), el ingeniero Ceccarelli (Serge Reggiani) o el soldado Codegato (Nino Castelnuovo). No le queda más que rendirse a la evidencia. Ya está bien de guerrear. Volvamos a casa.
Y en ese viaje, como digo, hay de todo. Al principio, mucha comedia. Alberto Sordi era un maestro en estas lides. Siempre te inspiraba ternura, pero a la vez sacaba a relucir a ese truhan, algo tunante, terriblemente cómico. La personificación de esa picaresca italiana, que tanto nos hermana a los españoles (la escena del tren es magnífica para comprenderlo). En Todos a casa hay mucho de esto, regalando momentos muy divertidos.
'Todos a casa' tiene momentos muy divertidos, en mitad de la guerra. (Foto: IMDB) |
Lo mejor es que Sordi no esta solo en este apartado. Tanto Reggiani como Balsam son dos pilares fundamentales sobre los que la película crece. Una pareja muy divertida. Y quizá el Ceccarelli de Reggiani es el más bondadoso de todos ellos. Una hombre de Nápoles sin malicia alguna, todo lo contrario.
Qué puta es la guerra
Aunque la comedia está muy presente en Todos a casa, es inevitable volver al principio. Qué puta es la guerra. Mientras acompañamos a estos soldados, que nunca han entendido de política y solo se ganaban la vida en un país inmerso en el mayor conflicto de todos los tiempos, los fascistas, nazis y bombas siguen ahí. Los Aliados (en este caso, los americanos), no terminan de llegar. El anhelo de volver al hogar se hace cada vez más insoportable.
Lo mejor es que ese deseo de los personajes, por volver a su vida antes de la contienda, lo haces propiamente tuyo. La cámara de Comencini regala unos primeros planos brutales de esa aspiración. Cuántas veces, en los peores momentos de la vida, el retorno a casa se convierte en la mejor medicina.
Un afán que, desgraciadamente, poco a poco se torna en frustración y pena. Y si Alberto Sordi o Serge Reggiani son capaces de provocarte una carcajada, de repente le dan la vuelta a la tortilla y te acongojan con sus rostros, de una forma en la que no se escapa una lágrima de milagro. Cada uno con su propia historia.
Nino Castelnuovo y Carla Gravina (Foto: IMDB) |
Conforme avanza la película, el drama golpea con fuerza, muy al estilo La gran guerra, también protagonizada por Sordi, un año antes, junto a otro grande, como Vittorio Gassman. Y como en aquella (Silvana Mangano), en esta vertiente dramática, otra mujer (Carla Gravina) apoya a los protagonistas con escenas también muy duras.
En definitiva, una lección de cine es lo que dan que Luigi Comencini y todo el equipo de Todos a casa. Un filme que te va conduciendo a un final que inspira desde dolor a esperanza porque siempre, por muy jodida que esté la cosa, la resistencia humana no tiene límites. Y no hay fascismo que la detenga. El cineasta italiano consigue así, una obra completa, con mucho sentimiento, y eso es algo impagable en este noble séptimo arte.
Ficha Técnica
Título original: Tutti a casa
Año: 1960
Duración: 105 min.
Género: Bélico / Comedia / Comedia Dramática / Drama
País: Italia
Dirección: Luigi Comencini
Guion: Agenore Incrocci, Furio Scarpelli, Luigi Comencini, Marcello Fondato
Música: Angelo Francesco Lavagnino
Fotografía: Carlo Carlini (B&W)
Reparto: Alberto Sordi, Serge Reggiani, Martin Balsam, Carla Gravina, Eduardo De Filippo, Claudio Gora, Didi Perego, Mario Feliciani, Jole Mauro, Nino Castelnuovo, Alex Nicol
Premios: 1960: Premios David di Donatello: Mejor actor (Alberto Sordi) y producción
Puntuación: 10/10
Una comedia de otra época y una demostración más del gran cine que se puede encontrar en Italia (y de todos los tiempos)
ResponderEliminarComedia pero tiene momentos dramáticos muy, muy duros
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