Hablar de John Ford es hacerlo de uno de los pilares fundamentales del cine. Eso siempre hay que tenerlo en cuenta cuando en la pantalla aparece cualquiera de sus películas. Y dentro de su filmografía hoy vengo a rescatar El precio de la gloria (1952), la primera colaboración de John Ford y James Cagney, otro coloso del séptimo arte frente a una cámara.
Se trata del remake -en los cincuenta también se llevaba esto- de la película homónima dirigida por Raoul Walsh en 1926, cuando el cine mudo tocaba a su fin. Una obra que previamente había triunfado en los teatros de Broadway en forma de musical y que la FOX, productora de la cinta en 1952, se empeñó en influir en Ford para adaptar al cine en su forma originaria. El director los mandó a freír espárragos y brindó el trabajo final del que siguen estas líneas.
Como en la mayor parte de las obras de Ford, El precio de la gloria tiene esos tintes cómicos que recuerdan a otra película contemporánea como El hombre tranquilo (1952). Sacar una sonrisa en momentos críticos como es una Guerra Mundial. Y entre risas van surgiendo personajes de todo pelaje y una fotografía que baila en la cámara del genio director.
Delante del objetivo está James Cagney. Él es el capitán Flagg, al frente de la compañía más pendenciera del ejército estadounidense que se encuentra en la Francia ocupada de la I Guerra Mundial. Cagney tiene que dirigir a unos soldados entregados a la bebida, que pasan sus horas libres en la cantina. Y mantener la disciplina en la tropa cuesta, sobre todo si quien tiene que hacerlo es tanto o más belicoso que sus subalternos.
Por eso el capitán Flagg recurre al sargento mayor Quirt (Dan Dailey), una suerte de enemigo íntimo del capitán, curtido también en mil batallas y con el que siempre anda a la gresca. Solo el amor a la bebida y sus méritos en batalla les hace respetarse mutuamente.
Los dos protagonizan escenas surrealistamente cómicas, luchando por ver quién está por encima de quién y por beneficiarse de la simpatía de Charmaine (Corinne Calvet), la hija del posadero. Claro que ésta no desea nada más en este mundo que casarse, y la situación de ambos militares se vuelve peliaguda. Palabras mayores. Más cuando la guerra en el frente francés se vuelve más cruenta conforme el conflicto llega a su fin.
Una vez que Ford domina la cámara -cuándo no- y Cagney se apropia de cada plano, la comedia va dando paso al drama por sobrevivir a la contienda, a la camaradería de la soldadesca y al amor en una visión un tanto peculiar. Los protagonistas masculinos huyen del compromiso con Charmaine, desesperada por casarse. Se deben a la lealtad del frente, son soldados y hay que cumplir obligaciones, pese al cinismo y la hipocresía de su actitud para con la hija del posadero. Y en 1952, año de rodaje, eso de lo políticamente correcto que hoy domina la pantalla, no se llevaba.
En este trabajo de Ford premia la acidez de un lado y el dolor de la guerra por otro. Es digno de alabar como en un espacio catastrófico como la Francia de 1918, los dos caminos convergen y hay tiempo para los puños humorísticos de una James Cagney que siempre presumió en sus películas de mantener la guardia alta y arremeter contra todo lo que se ponía por delante. Una de esas películas en la filmografía de actor y director que suelen pasar desapercibidas pero que suponen una revisión del cine clásico de Hollywood que tanto nos ha dado.
Título original: What Price Glory
Año: 1952
Duración: 111 min.
Género: Bélico / Comedia / I Guerra Mundial
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guión: Maxwell Anderson, Henry Ephron, Phoebe Ephron, Laurence Stallings
Música: Alfred Newman
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: James Cagney, Corinne Calvet, Dan Dailey, William Demarest, Craig Hill, Robert Wagner, Marisa Pavan, Max Showalter, James Gleason, Wally Vernon, Henri Letondal, Fred Libby, Ray Hyke, Paul Fix, Harry Morgan
Puntuación: 8/10
Se trata del remake -en los cincuenta también se llevaba esto- de la película homónima dirigida por Raoul Walsh en 1926, cuando el cine mudo tocaba a su fin. Una obra que previamente había triunfado en los teatros de Broadway en forma de musical y que la FOX, productora de la cinta en 1952, se empeñó en influir en Ford para adaptar al cine en su forma originaria. El director los mandó a freír espárragos y brindó el trabajo final del que siguen estas líneas.
Como en la mayor parte de las obras de Ford, El precio de la gloria tiene esos tintes cómicos que recuerdan a otra película contemporánea como El hombre tranquilo (1952). Sacar una sonrisa en momentos críticos como es una Guerra Mundial. Y entre risas van surgiendo personajes de todo pelaje y una fotografía que baila en la cámara del genio director.
Delante del objetivo está James Cagney. Él es el capitán Flagg, al frente de la compañía más pendenciera del ejército estadounidense que se encuentra en la Francia ocupada de la I Guerra Mundial. Cagney tiene que dirigir a unos soldados entregados a la bebida, que pasan sus horas libres en la cantina. Y mantener la disciplina en la tropa cuesta, sobre todo si quien tiene que hacerlo es tanto o más belicoso que sus subalternos.
Por eso el capitán Flagg recurre al sargento mayor Quirt (Dan Dailey), una suerte de enemigo íntimo del capitán, curtido también en mil batallas y con el que siempre anda a la gresca. Solo el amor a la bebida y sus méritos en batalla les hace respetarse mutuamente.
Los dos protagonizan escenas surrealistamente cómicas, luchando por ver quién está por encima de quién y por beneficiarse de la simpatía de Charmaine (Corinne Calvet), la hija del posadero. Claro que ésta no desea nada más en este mundo que casarse, y la situación de ambos militares se vuelve peliaguda. Palabras mayores. Más cuando la guerra en el frente francés se vuelve más cruenta conforme el conflicto llega a su fin.
Una suerte de comedia bélica
Así pues, Ford brinda una especie de comida bélica que se va oscureciendo en cuanto las balas y bombas hacen acto de presencia. Con una primera parte ligera, El precio de la gloria, se mueve entre las bravuconerías de Cagney y Dailey, peleas y golferías varias, con unas escenas que evocan a aquellas clásicas del cine mudo, rodadas a dieciocho fotogramas por segundo, y que dan la sensación de vértigo y velocidad para provocar la carcajada. Cosa que consigue y que puede entenderse como un signo por mantener la esencia del trabajo de Walsh en 1926.Una vez que Ford domina la cámara -cuándo no- y Cagney se apropia de cada plano, la comedia va dando paso al drama por sobrevivir a la contienda, a la camaradería de la soldadesca y al amor en una visión un tanto peculiar. Los protagonistas masculinos huyen del compromiso con Charmaine, desesperada por casarse. Se deben a la lealtad del frente, son soldados y hay que cumplir obligaciones, pese al cinismo y la hipocresía de su actitud para con la hija del posadero. Y en 1952, año de rodaje, eso de lo políticamente correcto que hoy domina la pantalla, no se llevaba.
En este trabajo de Ford premia la acidez de un lado y el dolor de la guerra por otro. Es digno de alabar como en un espacio catastrófico como la Francia de 1918, los dos caminos convergen y hay tiempo para los puños humorísticos de una James Cagney que siempre presumió en sus películas de mantener la guardia alta y arremeter contra todo lo que se ponía por delante. Una de esas películas en la filmografía de actor y director que suelen pasar desapercibidas pero que suponen una revisión del cine clásico de Hollywood que tanto nos ha dado.
Ficha Técnica
Título original: What Price Glory
Año: 1952
Duración: 111 min.
Género: Bélico / Comedia / I Guerra Mundial
País: Estados Unidos
Dirección: John Ford
Guión: Maxwell Anderson, Henry Ephron, Phoebe Ephron, Laurence Stallings
Música: Alfred Newman
Fotografía: Joseph MacDonald
Reparto: James Cagney, Corinne Calvet, Dan Dailey, William Demarest, Craig Hill, Robert Wagner, Marisa Pavan, Max Showalter, James Gleason, Wally Vernon, Henri Letondal, Fred Libby, Ray Hyke, Paul Fix, Harry Morgan
Puntuación: 8/10
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