Páginas

miércoles, 30 de marzo de 2016

James Cagney, un tipo duro de gran corazón

El 17 de julio de 1899, a las puertas de una nueva centuria, Nueva York veía nacer a uno de los actores con más carisma del Hollywood clásico. Un hombre capaz de ensombrecer a leyendas del cine como Humphrey Bogart en películas como Los violentos años veinte (1939). Hablamos, cómo no, de James Cagney, un tipo duro de gran corazón.


Nacido en el seno de una familia humilde, antes de convertirse en actor hizo todos los trabajos imaginables para un muchacho curtido en los bajos fondos de Nueva York. Su pequeña estatura no fue impedimento para que Cagney desarrollara una agilidad envidiable, con unos puños de acero que hacían presagiar un gran boxeador, en una época donde este era el deporte rey. Una gloria pugilística, que en 1940 retrataría en la magnífica Ciudad de conquista (1940).

Sin embargo el destino le tenía reservado otro Olimpo en Hollywood y gracias a que su madre le prohibió subirse al ring, los pasos de Cagney se encaminaron al del arte de la interpretación. Eso sí, antes de ser un verdadero hard boiled, fue con el musical -era un brillante bailarín, como demostró en Desfile de Candilejas- donde arrancó su carrera en Broadway. Allí encontró al amor de su vida, Frances Willard Vernon, y a uno de sus mejores amigos, Pat O'Brien, con el que compartió varias películas.

Pequeños papeles le introdujeron en la gran pantalla, pero la fama le llegó de golpe con su inolvidable papel de Tom Powers en Enemigo Público (1931). A partir de ahí la carrera de Cagney subió como la espuma, haciendo inmortal un género como el cine negro de la mano de los estudios Warner y con la que tuvo una relación de amor odio. Aunque no se dejó deslumbrar por las luces de la fama y luchó por los derechos de los actores contra los desmanes de los estudios.

James Cagney impulsó el cine negro en la década de los 30 con películas inolvidables.

Con esa mezcla de boxeador danzante, Cagney poseía un talento innato para este cine, protagonizando escenas de acción que con los años han envejecido como el bueno vino. También en el bélico demostró ese talento innato para la interpretación., donde destacó en películas como The Fighting 69th (1940) o Calle Madeleine nº 13 (1947).

A lo largo de su carrera, el actor neoyorquino demostró que nadie como él sabía morir con dignidad y emoción en la pantalla -inolvidable final el de Ángeles con caras sucias. Sus personajes brillaban por ser ese antihéroe de malos modales, pero con un corazón sincero y unos valores irrenunciables, como quedó patente en Al rojo vivo (1949), donde colaboraba nuevamente con Raoul Walsh dando vida a Cody Jarret y dejando para el recuerdo esa frase antológica: "En la cima del mundo, mamá".

También supo estar del lado de la ley como nos enseñó en El gran tipo (1936), persiguiendo a estafadores y protagonizando una de las escenas más divertidas que se recuerdan, cuando en las narices de el capo de la mafia arroja el sombrero de este por la ventana del rascacielos. Una muestra más de que Cagney no se arrugaba ante nada y de que ningún género se le resistía.

James Cagney poseía una vis cómica que sacó a relucir en películas como 'Uno, Dos, Tres' (1961).

Esa dote cómica que impregnaba a sus personajes, sufridos en su mayoría, la desbordo como un torrente de la mano de Billy Wilder en la inolvidable, Uno, Dos, Tres (1961), uno de sus últimos papeles antes de dejar el cine. Nunca el Telón de Acero fue tan divertido como el tandem Cagney-Wilder nos enseñaron.

Y a pesar de tan exitosa carrera para la historia, la Academia solo le reconoció con el Oscar a mejor actor por su papel en Yanqui Dandy(1942), película biográfica sobre el famoso bailarín de vodevil George M. Cohan.

Ya alcanzada la cima del mundo y de Hollywood, la estrella de Cagney se apagó un 30 de marzo de 1986. Sin embargo su luz sigue brillando con cada revisión de sus trabajos. Esas películas que le hacen a uno amar el cine. Gracias James Cagney. Gracias, gigante.


No hay comentarios:

Publicar un comentario